El barquero asomó la cabeza por un lado del bote. La aguas
se tornaban más y más oscuras a medida que se acercaban a la otra orilla. Miró
a su pasajero, un hombre raquítico y mal vestido. Sus ojos miraban en todas
direcciones y sus manos no dejaban de temblar.
¿Qué habría hecho aquel desdichado para merecer tan
miserable destino? ¿Tendría razones propias que justificasen sus actos? Se
sintió condenado a portar las almas, de personas cuyas vidas no habían sido
juzgadas con discernimiento, a un paraíso divino, o por el contrario, a una
tortura eterna.
La responsabilidad que aquello conllevaba ejercía tal fuerza
en la mente de Caronte, que se quedó allí, hundido en sus pensamientos, entre
dos aguas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Algo que comentar?